miércoles, 17 de enero de 2024


Donald Trump la Estética de los Adefesios.

Fernando Buen Abad Domínguez

En la historia de los “adefesios” la parte “más fea” no está en la fisonomía (que tiene su historia cultural) sino en las aberraciones, o monstruosidades, que pasan por sus cabezas y expelen sus lenguas. Trump encaja en esta zona incómoda de los sentidos comunes siendo un desorganizador de gustos y disgustos, un outsider del paradigma de lo “respetable” y un amigo del ridículo que perdió (o desconoció siempre) alguna noción de vergüenza originada necesariamente por sus, no pocos, disparates. ¿Cómo llegó este pelele a las cumbres borrascosas del poder y cómo cultivó las preferencias electorales? Vale la pregunta para muchos similares y conexos.

Sea como fuere ese amasijo de aberraciones que Trump encarna, de manera obscena y macabra, pasó a ser representación de un campo semántico complejo en el que se borra toda consideración por los protocolos básicos de convivencia para desplegar sistemas de violencia a cualquier principio de coherencia y con gradaciones ofensivas muy espeluznantes donde se mezcla lo objetivo y lo subjetivo. Abrió las puertas de un museo del horror ideológico que atesora las piezas más caras de la estulticia y la degradación humana. Y eso no es por ser republicano, aunque influya mucho. La peor moraleja es que naturalizan cualquier barbarie, con toda impunidad e impudicia. 

Es muy fácil caer en la tentación de inventar imprecaciones a personajes tan obvios como Trump, lo difícil es explicar la metástasis de todo eso deleznable de él que ha intoxicado a buena parte del planeta. Para desnudar al capitalismo, que muy pocos se animan a ver desnudo, sin sus disfraces verde dólar o de farándula bobalicona, porque es mucho peor que lo encarnado por sus mamarrachos. 

Es un tobogán de perversiones que cuanto más expele aberraciones y tufos de clase más adoraciones despierta en los sectores que lo encumbran para que los aplaste. Buena parte de sus votantes que históricamente han sido blanco del racismo, del machismo, de la explotación, de la ignorancia, de la zoncera, del desprecio de clase cristalizan en este fantoche contradicciones aberrantes que no sólo ratifican los desprecios, sino que los diversifican y eternizan. Por más años que les dure Trump en el candelero de los candidatos o presidiendo la Casa Blanca, no verán disminuir el desprecio, el maltrato, la burla y la postergación que usa para exhibirse con absoluta grosería. 

Un esperpento así debe estudiarse con un equipo de investigación semiótica forense, preparado con equipos especiales y blindajes estratégicos. Una parte suya exige autopsias especiales rigurosas sobre los restos ideológicos adheridos a su axiología supremacista. Son conceptos cadáver momificados en un cerebro que los hace “vivir” como espantajo procaz pertinente al portador. Los segmentos más tóxicos de ese supremacismo, destilan gases infecciosos que no sólo aniquilan la dignidad de las personas, sino que garantizan el distanciamiento desgarrador del pueblo respecto a los representantes que deberían ser lo más cercano que tuviera su vocación democrática y participativa.   

Así, la historia que se presenta una vez como tragedia y otra como comedia, ahora se vuelve otro hazmerreir en el teatro del absurdo electoral yanqui. Será nulo o imperceptible, el efecto de los juicios o las fotografías del esperpento ante las cortes judiciales que le escarban el prontuario de crímenes que hilvana el magnate líder de una buena porción de la decadencia del sistema político-empresarial norteamericano. Poco o nada pesará en la farándula electorera imperial, el arsenal de “primeras planas” que exhiben la delincuencia jet set del inexplicable peinado rubio y corbata larga. Sus seguidores aprendieron a adorar la irracionalidad y son inmunes a toda crítica o autocrítica. Y eso para nosotros es realmente costoso porque es un gran retroceso civilizatorio. Lo veamos por el canal por el que lo veamos. 

Es materia de mucho análisis inter, multi y trans-disciplinario. Es una materia política ineludible por repulsiva que sea. Hemos de aprender necesariamente mucho de ese capítulo que, en nuestras vidas, representa fracturas y penurias de todo género. Es un ejemplo pésimo para nuestra prole y para las que vienen. Es un pozo de insensatez histórica que ha perpetrado daños incalculables en la cultura, en la historia y en la moral social. Y lo peor de todo es que no se trata de un caso aislado. Que se trata de una modelo, una tendencia, un “Caballo de Troya” del que desembarcan clones a granel más o menos famosos y más o menos eficaces al proyecto imperial de la desmoralización inducida, de la impotencia funcional y de la derrota social por desesperación rentable. 

Y es, también una responsabilidad política generacional la gestación de un repudio global fundamentado. Ningún líder genuino, nacido dialécticamente de las luchas sociales emancipadoras, ha de hacerse omiso a una crítica de fondo contra este esperpento y contra todos sus símiles. Es cometido inexcusable para las bases que se forman y conforman con un espíritu humanista que recorre el mundo para restituirnos las fuerzas científicas que nos darán organización superadora, dignidad como especie y respeto por la vida en todas sus expresiones. No valen estridencias ni exageraciones discursivas de adorno, no vale el olvido ni los pretextos por distancia o ignorancia. Hay que entrarle al fondo a una semiótica para el combate de estas fechorías ideológicas y simbólicas si no queremos que el modelo de desfachatez y mamarracho encarnado por Trump termine siendo costumbre y herencia de generaciones. Parte del paisaje.


lunes, 8 de enero de 2024

 

Semiótica de la Inflación

Para una Economía Política del Humanismo

Fernando Buen Abad Domínguez

Incluso la inflación opera como un arma de guerra del conservadurismo, como un sistema de tortura psicológica contra la clase trabajadora. Millones de familias ahogadas en angustia por no poder pagar los aumentos desenfrenados de la dictadura del mercado. Sinnúmero de alteraciones anímicas producidas por la codicia burguesa. Sin ley o con la ley del capricho mercachifle. “Inflación” es un nombre elegante y enredoso para disfrazar un “rompecabezas” multifactorial en el que generalmente no tiene participación alguna la clase trabajadora. Así es la lógica ególatra de la mercancía y la dictadura de las ganancias. Mientras el poder adquisitivo de la clase trabajadora siga encerrado en los calabozos de la “economía” la deshumanización galopante seguirá de fiesta.

Nos urge profundizar la Revolución de la Conciencia con identidad de clase. Llamemos a las cosas por su nombre. No importa cuántas maromas den los “expertos” para enredar explicaciones, nosotros sabemos bien el daño material y emocional que produce la codicia contra el poder adquisitivo y cuántas protecciones tienen los “patrones” por parte de algunos gobiernos cómplices que no sólo no se deciden a resolver el problema, a favor de los pueblos, sino que ayudan a fabricar emboscadas ideológicas con palabrerío de “especialistas”. Se hacen llamar “técnicos”. Es pasmoso el “silencio” cómplice de esos “economistas” que ven cómo se desfigura y ensucia la profesión que estudiaron para convertirla en charlatanería basura para desvalijar a los pueblos.

Esto es también un escenario para la disputa por el sentido. La inflación es un ejemplo contundente y doloroso, es una máquina de miedo con el cual ejercen un control psicológico-económico a la velocidad y la ubicuidad del secuestro salarial que a ellos se les antoja. Han desarrollado la tecnología de sus armas de guerra psicológica y han puesto mucho énfasis en las metodologías para atacar a los bolsillos de los trabajadores y las trabajadoras. Son instrumentos de transmisión y de imposición de sentido, con muy alta capacidad de extorsión en el mundo, a una velocidad realmente sorprendente. Roban el producto del trabajo a velocidades escalofriantes con miles de artilugios y con violencia psicológica de modelos de consumo estandarizados y modelos de enunciación estandarizados, estereotipados al calor del culto a la mercancía, de la acumulación de capital. La inflación no es una calamidad metafísica.

Una caracterización general de la inflación es que ataca a la clase trabajadora con una gama de tensiones psicológicas de incertidumbre, de desorientación, de muchas dudas frente a la propia vida diaria. Minuto a minuto. Mientras ellos multiplican estrategias de inflación por los medios digitales, por las redes sociales. Nos planteamos el problema de por dónde resolver esta maraña compleja de la inflación que nos ha impuesto la dominación militar, económica, mediática y cultural en todo el mundo. Este es un campo de trabajo complejo, en el que nosotros debemos trabar disputas diversas, litigio teórico, político, académico, científico, contra la inflación y contra toda la producción de relato chatarra, de discurso “erudito”, o de narrativa servil al modelo de expoliación del salario en el presente.

No estamos liderando una corriente fuerte de combate a la inflación con narrativas emancipadas y a su vez emancipadoras. Y debemos interpelar nuestra capacidad narrativa contra-hegemónica, o anti-hegemónica, o emancipadora o humanista, o como quiera llamársele, frente al modelo económico del discurso único inflacionario y a la noción del capitalismo como verdad única. Y es que, además, tenemos la incapacidad histórica de la unidad y se nos hace difícil conformar un frente único en el que participemos con nuestras diferencias en combates, como el de la batalla anti-inflacionaria, yendo al fondo del modelo económico dominante y transparentando sus hilos, nombres, intereses y soluciones. Y fracasos. No hemos sido capaces de construir una gran fuerza de acción y de organización, siendo que somos la inmensa mayoría generadora de la riqueza y despojada de ella entre otras formas, por la inflación.

Estamos chocando contra una maquinaria semiótica que ha logrado convencernos de ignorar las técnicas del despojo. Esta derrota ya nos convenció de que, como no les es suficiente tenernos con la bota de los militares en el cuello, encima quieren convencernos de que nosotros pensemos que ellos siempre han tenido la razón de tratarnos así, de reprimirnos, porque somos peligrosos, porque somos maleducados, ignorantes. Pero, además, hay sectores convencidos de que eso hay que agradecerlo, y encima eso hay que considerarlo como la mejor herencia para nuestros hijos. Enseñar a los hijos a ser resignados, dóciles, mansitos: a avenirse a lo que hay de manera resignada y aceptar la inflación sin combatirla.

La guerra ideológica ha sido muy eficiente, y nosotros no logramos hegemonizar una economía política del humanismo, revolucionaria y revolucionadora de las conciencias. No estamos construyendo, a la velocidad que se necesita, una corriente continental de semiótica para la emancipación. Una corriente de semiótica emancipada de sus propios lastres para poder acceder a un instrumental emancipado y, al mismo tiempo, emancipador.

Hoy la inflación es una de las distorsiones económicas más devastadoras, porque siembra la desmoralización inducida, sistemáticamente porque no es un asunto mitológico de “dioses griegos”. Hay nombres y apellidos y todo mundo sabe quiénes son y dónde están los que manipulan los precios, sabemos quiénes son y dónde están los principales industriales del continente y se puede “personalizar” la ofensiva inflacionaria con gran precisión, sabemos muy bien de qué manera y quiénes financian sus estrategias. Algunos, incluso, planifican y anuncian los aumentos inflacionarios. que pegan directamente al poder adquisitivo, a los ingresos y a la calidad de la vida emocional de las personas.


Debería decretarse como “delito de lesa humanidad” la inflación. Y es que en los precios se expresa también la calidad moral y ética de quienes dirigen una sociedad. A qué caprichos es sometido el pueblo y cómo se organiza para defender el producto de su trabajo. La solución es que la economía la maneje la clase trabajadora, democráticamente, representada inconfundiblemente por las bases y con un programa superador del neoliberalismo, del FMI, de su inflación y de sus jaurías mediáticas. Nos cuesta enormidades la inflación, principalmente porque nos cuesta vidas y lágrimas.



Simón Bolívar el Hombre de las Comunicaciones Fernando Buen Abad Domínguez Rector Internacional de la UICOM “La primera de todas las fuerzas...