Fernando Buen Abad Domínguez
Doctor en Filosofía
viernes, 31 de enero de 2025
domingo, 3 de marzo de 2024
Simón Bolívar el Hombre de las Comunicaciones
Fernando Buen Abad Domínguez
Rector Internacional de la UICOM
“La primera de todas las fuerzas es la opinión pública”.
Simón Bolívar (1° de noviembre de 1817).
Dicen algunas versiones que Simón Bolívar se agenció una imprenta, no sin peripecias, porque debía completar la lucha independentista luchando también por la independencia del pensamiento. Que no era suficiente la independencia geográfica, económico-política y que necesitaba “la artillería del pensamiento” para consolidar el plan emancipador de los pueblos independientes. Gracias a eso nació el Correo del Orinoco, el 27 de junio de 1818. Pensando independientemente. Antes, durante y después de la consolidación de la independencia, se hizo necesaria una independencia comunicacional porque quedó claro que todos los avances son insuficientes si no se acompañan con una Revolución de Conciencias capaz de abrir los horizontes de la praxis comunicacional. No toda independencia económica equivale a independencia ideológica porque el desarrollo es desigual y combinado.
Está claro que necesitamos una Revolución de Independencia en Comunicación, con Bolívar, con Martí, con San Martín… con Hidalgo, con Morelos (dicho con toda la seriedad que implica) para independizar los marcos éticos que no pueden ser serviles a intereses de sectas y menos de extorsiones, saqueo, esclavitud y humillación contra las mayorías. Está claro que la Independencia en Comunicación es socialmente necesaria a la hora de hacer de la verdad pasión y fuerza moral de los pueblos. También está claro que no podemos llamar Independencia (a secas) a las farsas y que, en todo caso, hay que denunciarlas para que se entienda a qué intereses tributan y rinde pleitesías.
Esa fusión de Independencia y Comunicación se hizo gentilicio en la Patria Grande. Por ejemplo, hacia el 17 de marzo de 1824 Simón Bolívar fue declarado ciudadano mexicano en virtud de su obra independentista ejemplar y por la importancia de tener en él un modelo de líder comunicacional, también, capaz de inspirar la moral y la ética que su tiempo exigía pero que, fundamentalmente, el futuro inmediato exigiría y sigue exigiendo. El hombre de las independencias debería tener todas las nacionalidades y que el mundo lo supiera. Así como la etapa actual exige estrategias y medios de comunicación independentistas, antiimperialistas, con agendas capaces de enfrentar las “debilidades” políticas de quienes se dejan tentar por las seducciones imperiales en boga. Necesitamos ratificar las grandes revoluciones independentistas, salir de los estereotipos y de los acartonamientos; necesitamos revolucionar las metodologías del relato comunicacional y necesitamos ganar terreno a una estética revolucionaria capaz de orientarse a partir de la ética. Con la claridad y la audacia de Bolívar humanista de las independencias.
Necesitamos una Revolución de Independencia Comunicacional. Está claro que acudir a Simón Bolívar no implica mirar sólo al pasado, no se trata de nostalgias bobas, implica mirar el presente y el futuro y está claro que es necesario reconocer nuestras zonas ciegas y nuestras debilidades teóricas y prácticas; está claro que hay que iniciar una etapa nueva que salde lo que está pendiente y que avance hacia instancias superiores. Contamos con recursos morales, expertos, necesidades y claridad política suficientes para trazar un plan de corto plazo que dé resultados inmediatos y movilizadores. Está claro que lo que debe ser dicho y debe ser escuchado no puede quedar atrapado por la inoperancia ni por el descuido. La Revolución de la Independencia Comunicacional necesita Simón Bolívar multiplicado en todas las espadas simbólicas que caminan por América Latina para enfrentar atrasos y esclavitudes ideológicas y con herramientas de comunicación en clave de victorias nuevas. ¿Nos quedaremos callados? En una carta con fecha 4 de agosto de 1826, Bolívar explicó a José Antonio Páez, la importancia de la imprenta y de la prensa “Como artillería del pensamiento, educador de masas de hoy y mañana, portavoz de la creación de un nuevo orden económico y de la información internacional desde el punto de vista de nuestros intereses, fiscal de la moral pública y freno de las pasiones, vigilante contra todo exceso y omisión culpable, catecismo moral y de virtudes cívicas, tribunal espontáneo y órgano de los pensamientos ajenos”.
Una Revolución de Independencia Comunicacional con nacionalidad continental, con pasaporte humanista. Porque tan peligroso es que nos roben las herramientas de producción comunicacional como que nos roben el campo simbólico. Cuando los imperios se adueñan de ese territorio nos esclavizan incluso en lo que nos gusta, en las palabras que usamos para denominar qué y cómo tendremos que vivir y medir la vida. Y muy probablemente lo hagan en nombre de la libertad, de la democracia, de la independencia y de la humanidad. Los Bancos imperiales dicen ser instituciones de la “confianza” cuando son ladrones incontrolables de cuello blanco. En nombre de los pueblos, miles de farsantes agitan blasones filantrópicos para camuflar sus fábricas de servilismo.
Algunos agentes del imperialismo, infiltrados en la Patria Grande, están desesperados y llaman a intervenciones, desembarcos y usurpaciones con el plan perverso de destruir todas las victorias independentistas ganadas por nuestros pueblos. La ideología de la clase dominante es una gran maquinaria imperialista de mentiras, suplantaciones y desfalcos de todo tipo. Incluso, a veces no hace falta que mientan, basta con que te «enseñen» a «ver» el mundo como lo miran ellos para enceguecerte. Es la guerra cognitiva.
Pero la Revolución de Independencia Comunicacional (con el Informe MacBride en la mano) es una batalla radical entre, al menos, dos maneras irreconciliables de entender al universo, a la naturaleza, a la vida humana y a las relaciones sociales. Revolución o barbarie. Es una Revolución de Independencia, de los gustos, de las capacidades y talentos críticos, de las emociones y de la manera de expresarnos. Revolución palmo a palmo e incesante en la que, con frecuencia, la resistencia más dura es la que oponemos nosotros mismos dominados por las ideas de quienes nos dominan. Por eso, Bolívar, en su carta de 1817 a Fernando Peñalver le pide: “Mándeme usted de un modo u otro una imprenta que es tan útil como los pertrechos”.
jueves, 29 de febrero de 2024
Fernando Buen Abad Domínguez
Nos urge una semiótica de las “campañas políticas” para transparentar su financiamiento, sus intereses, el origen de sus relatos y sus consecuencias. Ante la voluntad democrática de los pueblos, con el capitalismo como hegemonía económica, militar y cultural, se teje una trama muy compleja producida con hilos de relatos diversos que no siempre transparentan los intereses reales de los partícipes. Son, mayormente, festivales demagógicos animados por las más abigarradas mercancías del engaño. Aquí y en China.
Se justifica, democráticamente, la existencia de las “campañas” con deliberaciones variopintas que no excluyen teorías del Estado, avances civilizatorios, logros participativos, nociones de equidad, igualdad y fraternidad bajo semánticas múltiples y no pocas veces contradictorias. Se hacen “campañas” de las “campañas” para resaltar su importancia y trascendencia cívicas, para destacar el avance educativo de los pueblos e, incluso, para evidenciar los márgenes de la “tolerancia” para convivir en paz entre las mayorías victoriosas y las minorías opositoras. Y reina en las argumentaciones apologéticas, una lógica de lo cuantitativo que parecería dejar resuelta toda discrepancia. Si ganan más votos es porque tienen más razón, dicen. Aunque, a veces, no se conozca cuál razón.
Hay “pre-campañas”, “campañas” y “post-campañas”. Cada una supone justificaciones y gastos que, según sea el caso, recorren los paraísos de lo oneroso, lo obsceno, lo inútil y, desde luego, lo incomprensible, lo banal y lo puramente numérico. Y hay casos en que cierta lógica de austeridad deja cortas todas las expectativas cuantitativas y cualitativas. Explican poco, explican mal e insuficientemente, por colmo. Hasta hoy, con todo el discurso democrático que es necesario -y clave- las campañas no están a la altura de la política que las bases reclaman.
Una campaña común y corriente suele organizarse y desplegarse, en todos los frentes, como un entretenimiento o espectáculo infestados por la “data” mercadológica no pocas veces sacada de los servicios de inteligencia y espionaje. Algunos piensan que son episodios de una guerra ideológico-mediática híbrida, donde están todos los meta-relatos del sistema dispuestos a defenderlo por encima de la propia democracia. Formas de guerra ideológica, financiera y militar del capitalismo, que consumimos mansamente porque las creemos un “logro” nuestro para regir nuestras vidas con valores y cultura que nos infiltran. ¿En qué guerra las víctimas financian a sus victimarios?
A pesar de los logros de cierta izquierda y progresismo, o precisamente por eso, las campañas políticas dominantes avanzan retrógradas imitando las manías hegemónicas de la publicidad de mercancías. Exhiben una crisis de vacío intelectual que se coagula en un proceso de condensación de odios y miedos travestidos en lenguajes de estadista. Supuran palabrerío de lawfare, persecuciones mediáticas, fake news, espionaje, represión y golpizas inflacionarias para imponer, como si fuese voluntad popular, reformas laborales y desorganización inducida contra la clase trabajadora. Mientras, algunos partidos políticos siguen transfiriendo enormes sumas de dinero a los monopolios mediáticos que venden campañas prefabricadas en los laboratorios de las burguesías. ¿Qué no entendimos?
Está bajo amenaza la cordura social. Los vendedores de “campañas” políticas a pedido, organizan y despliegan la anti-política bajo la emboscada que hace lucir como “democracia” el endiosamiento individual de los candidatos para eclipsar el clamor real de los pueblos en lucha. Campañas para ocultar campañas y están reclutando jóvenes, mediaticamente anestesiados, con ilusiones de dinero o con ideología chatarra de orientación supremacista o nazi. ¿No lo vemos? Están en la tele, en las “redes” donde despliegan los ataques diseñados por la manipulación simbólica. Para colmo, las campañas nos derrotan porque estamos encerrados en un festín de sorderas disfrazadas de diálogo. Y empeora en periodos electorales.
Hay gobiernos de ricos, encumbrados con los votos de pueblos muy pobres; hay demagogia desaforada de mercancías propagandísticas encarecidas. Hay ganancias siderales por cada voto en contraste con los salarios raquíticos del pueblo trabajador que vota. Una inmensa minoría de poderosos hambrea a la inmensa mayoría de los despojados. Con unos cuantos votos se justifica la represión a miles de trabajadores. ¿Qué no entendemos?
Y la historia se repite a mansalva. Aún estamos esperando “campañas” políticas creadas, dirigidas y controladas por los pueblos, por sus trabajadores. Estamos anhelantes de que el programa consensuado por las bases se el candidato y la memoria deje de ser víctima en el campo de batalla semiótica, que el olvido sea su gran negocio. Campañas de pueblos no esclavizados y liberados del odio de clase, pueblos en rebeldía generando sus propias campañas hacia el buen vivir sin mercantilizar la vida. En clave de rebeldía. Que seamos capaces de comunicar una salida humanista, superadora, de nuevo género y nos ahorremos la amargura de vernos divididos porque, con su mala influencia, nos dividimos solos, y gratis (en el mejor de los casos). Nos urge una guerrilla semiótica de los pueblos, para solucionar los problemas mundiales de los pueblos y enfrentar, en campaña ordenada y permanentemente, a la guerra mediática que nos imponen. Vienen tiempos peores.
sábado, 24 de febrero de 2024
El Arte de Ningunear
Fernando Buen Abad Domínguez
Cuando se trata de desvirtuar lo ajeno hay talentos que se pintan solos. Todo “ninguneo” tiene motivaciones y expresiones muy diversas y combinadas, eso incluye, también, la emboscada de ningunear con “halagos”. Así, incluso, quien es reducido a la nada queda agradecido. A los más destacados “ninguneadores” les precede un entrenamiento complejo que atesora desde envidias simplonas hasta conspiraciones internacionales variopintas. No son infalibles, pero tiznan. Dice el diccionario de “ningunear”: 1. No hacer caso de alguien, no tomarlo en consideración. 2. Menospreciar a alguien. Sinónimos, menospreciar, despreciar, desdeñar.
Los efectos del “ninguneo” pueden ser de corto, mediano y largo plazo y eso depende de las condiciones objetivas y de las malas intenciones. A veces basta con “tutear” a una persona o con tener desplantes confianzudos. A veces se recurre a chistes, burlas o ironías disfrazadas con frecuencia como “ocurrencia simpática” para “empatizar”. En los casos más perversos se planifica y pavimenta el camino de la víctima hacia la nada, con recursos excesivos.
Hasta el hartazgo el “ninguneo” contiene dosis tóxicas de un vicio en el que para el brillo de lo propio se anular el de los otros. Convertirlos en nada. Y suele ser que el ninguneador aparenta una seguridad escénica que acompaña con la complicidad y la inseguridad de varios testigos. Así se mueve mucho de lo que algunos llaman “política”, confundiéndola con la “grilla” o con la “rosca”. Política pública, empresarial, clerical, académica… familiar.
Eso de reducir a nada a un opositor, o a un enemigo, conlleva la violencia psicológica necesaria para dañarlo no sólo en su prestigio sino en su confianza y su personalidad. Cuando alguien “ningunea” con éxito desarma y desmoraliza, destruye personas y a veces movimientos sociales. Es un campo de batalla, una disputa por el sentido, recurriendo a “malas artes”. Se trata de un producto perfeccionado por el capitalismo como arma de guerra ideológica y lo ha desplegado con todo tipo de argucias y disfraces. Púlpitos estereotipados para mandar al infierno de la nada a todo aquello que estorbe a la hegemonía ideológica de la clase dominante. Series televisivas, películas, literatura, radio… prensa.
Es susceptible de ser nada un abanico enorme de personas y grupos sometidos a la lucha de clases. Por etnia, por oficio, por color, por peso, por tiempo, por historia, por cualquier pretexto y hasta por divertimento, existe un oficio dispuesto a convertir al otro en nada. Y eso es un gran negocio de algunos. Desde la industria militar y su guerra cognitiva hasta el “bulling” incubado en oficinas, escuelas, iglesias… pero es una manía burguesa que, desde sus “supremasismos” mediocres, se alza sobre la clase que odian para borrarla del mapa y porque jamás admitirán que el proletariado (el que no tiene más que su fuerza de trabajo para alimentar a su prole) adquiera relevancia alguna. Ni en lo cualitativo ni en lo cualitativo.
Han de convertir a lo distinto en nada para garantizarse una moral de la destrucción sistemática de adversarios. En la noción de la nada que la mentalidad conservadora atesora como destino para sus oponentes, anida una violencia objetiva y subjetiva que ellos necesitan como el oxígeno para darse alientos de sobrevida en medio de sus crisis y de la dialéctica histórica que los conduce a su desaparición tarde o temprano. Necesitan que lo otro no valga, no lata, no exista. En todas las escalas de las disputas del ego individualista tanto como en las confrontaciones de masas que van multiplicándose en todo el planeta. Necesitan que la organización de los postergados sea nada, que los alientos de rebeldía sean nada, que la insurrección de la dignidad sea nada. Porque en el imaginario de la clase dominante nada son los indios, los feminismos, los gays, los negros... y más nada son si se organizan para transformar el mundo.
Algunos efectos del “ninguneo” sistemático, irrestricto y multimodal, se muestran como cicatrices en las personalidades acomplejadas, temerosas, opacadas, apocadas bajo cataratas de vituperios y burlas. Hay chistes a raudales fabricados ex profeso. Es todo un relato sembrado como campo minado para detonar las integridades y las identidades. No importa que las virtudes y las inteligencias prueben lo contrario, para un “ninguneador” serial no habrá límites ni frenos. El esfuerzo del otro pasará por anécdota y no por cualidad. La contribución más seria se reducirá a “ayuda”, el mejor mérito pasará a ser “casualidad” y el trabajo más tenaz, e incluso creativo, se reducirá sólo a salario. Jamás la estatura de un aporte.
Incluso en las palmaditas de cierto tipo de halagos, habrá “ninguneo” derivado de otro que, desde su superioridad, se digna a reconocer algo del todo o de la parte. Para erguirse como evaluador o filántropo. La propia idea de limosna, monetaria o discursiva, es otra cara del “ninguneo”. Desde la palestra de los demagogos se exhibe también un “ninguneo” inyectado en la analogía, la prosodia, la sintaxis y la ortografía. Es la gramática de la superioridad inoculada como cultura de la subordinación.
Hablan a los pueblos, a los empleados o a los alumnos con tonito didáctico que nace de la subestimación. Piensan que “al público” se le debe hablar fácil “para que entienda”. Que se debe retacear, desmenuzar, la información y la teoría porque la gente no sabe, no escucha, “son como animalitos” y hay que ayudarlos porque por sí solos no pueden sobrevivir. “Ninguneo” a diestra y siniestra. En verdad anhelan que el otro, el pueblo, el proletariado se reduzca a una nada funcional y rentable.
Por eso, en simultáneo, la docilidad, la gratitud y la admiración hacia el verdugo son méritos premiados aquí en la tierra como en el cielo. Por eso la resignación y el sufrimiento pasivo, la anemia de moral guerrera… reciben apoyo ideológico y presupuestal en la disputa descomunal por el sentido. Sólo se logra “ser alguien” ante los ojos de las burguesías cuando, desde la mansedumbre, el trabajo que el empleado vende es barato y productivo. Cuando genera “buenas ganancias” y sirve de ejemplo para domesticar al conjunto. Muy especialmente, si semejante ejemplaridad alcanza para heredarla a la prole. Hasta las iglesias bendicen esa fórmula. Nada eres y en nada te convertirás.
jueves, 22 de febrero de 2024
Cinismo Periódico
Fernando Buen Abad Domínguez
The New York Times, bajo el pretexto de "defender la democracia”, goza de cierto prestigio incluso entre algunos periodistas (mercenarios), principalmente porque piensan que paga bien y da currículum la "objetividad" y la "imparcialidad" con que se autoproclama "periodismo creíble".
No pocos babean con el sueño de ver sus nombres publicados en ese diario emblemático, poderoso e imperialista, que se hace pasar por "progre" porque juega a expresar, con no pocas ambigüedades "políticamente correctas", la doble moral yanqui que busca escribir una Historia del Mundo a su modo para esconder a los muertos generados por el capitalismo y poner a salvo su conciencia… y su propiedad privada, claro. Muchos periodistas ilusionados con ese glamour se equivocan.
Distinguir lo que de interesante aporta un medio de información implica también hacer visible lo que de contradictorio tiene. Incluyendo las contradicciones criminales de la lógica empresarial que descobija, con Fake News a la lógica informativa. Esos “Periodistas Progres" con moral burguesa y bolsillos ávidos. Primero lo primero: reducir costos a toda costa, abaratar la materia prima y abaratar “gastos” en sueldos y para eso, recortar los puestos de trabajo (de los de abajo) y quienes queden rindan más, alienados y sobre explotados. Hacer todo para que no desciendan las ganancias, sin perder prestigio (es decir compradores)
Ese es el negocio de la "credibilidad" burguesa y hacerse pasar por progresistas. Especialmente el New York Times y el Washington Post que son llamados, sin pizca de ironía, - por ejemplo el New York Times es conocido como "la izquierda institucional" en, por ejemplo, las más importantes revistas de política exterior - y esto es correcto, lo que no se reconoce es que el rol de la intelectualidad liberal institucional es poner unos límites muy abruptos de hasta dónde puedes llegar: "hasta aquí, pero no más allá"." Noam Chomsky. Es el negocio de la "credibilidad" o la "credibilidad" rentable moderada para cierto consumidor que gusta de las "verdades" pero ligth. ¿Y a esos medios quién les pone el "límite"?
Hacerse "creíbles" es un eufemismo para maquillar la acumulación de poder real en la producción de "opinión pública". Eso tiene valor mercantil y no pocos pagan cualquier cantidad por treparse al carro de lo "creíble" ya sea para vender algo o para afianzar algún cargo público, por elección o por dedazo. Lo creíble es caro en un mercado como el yanqui (y no sólo) donde, poco a poco, todo es descrédito. Eso lo saben los "chef" de la noticia que condimentan diariamente la información para venderla centímetro a centímetro. Un poco de picante tipo denuncia, poco no mucho… un poco de piedad tipo "nadie debe juzgar a los otros"… amarillismo por izquierda pero leve… un poco de erudición tipo enciclopédico… y cálculo político refinado para alargar la nota hasta que suelte todo su jugo financiero. Se deja reposar toda la noche y se sirve por la mañana acompañada de anuncios publicitarios "pertinentes". Hay genios de ese juego bobalicón gracias a que hay compradores analfabetos ante ese manoseo pueril de cada día.
¿Por qué ha de pedirle un diario de progresismo de salón, "intervención" en asuntos de otros países, que se inmiscuya en los asuntos internos de un país que habrá de dirimir sus problemas democráticos de manera absolutamente soberana por más que en Miami sueñen otra cosa? ¿Quién le asignó a este diario la tarea mesiánica de velar por la "democracia de otros" cuando con la propia son, por decir lo menos, contemplativos? ¿De cuándo acá The New York Times se desgarra las vestiduras de la "credibilidad", abandona su "neutralidad" mítica y se arroja al campo de las parcialidades huérfano de razón y ansioso de "intervención"… precisamente la intervención que el mundo detesta a estas horas vista la barbarie en Afganistán, Irak, Líbano, Palestina, Ucrania, Guantánamo…? ¿No será esto demasiado sospechoso… obvio? ¿A quién sirven en realidad estos mass media?
No guardaremos silencio porque nos hacemos cómplices. The New York Times especula y comercia con todo y se excita ante la cesión temporal de poderes. Su excitación "intervencionista" convertida en "nota seria" de periodistas mercachifles es tributaria de una campaña de intensificación contrarrevolucionaria del imperialismo yanqui que anhela imponer su degeneración capitalista. Nos queda muy claro su juego periodístico su "credibilidad", su "objetividad" y su "neutralidad" informativa. Nos queda claro su cinismo. Lo denunciamos y lo repudiamos.
miércoles, 21 de febrero de 2024
martes, 20 de febrero de 2024
Guerrilla Semiótica
Fernando Buen Abad Domínguez
Entiéndase aquí por “Guerrilla Semiótica” (U. Eco) una forma de lucha, entre miles, contra la manipulación simbólica. Son guerras pequeñas (o guerrilla) con pequeños destacamentos de maniobras independientes, pero programáticas, que entre unas y otras acciones procura debilitar y extenuar al adversario semántico, sintáctico y pragmático (Jakobson). Por “guerrilla” se entiende un método de maniobras de “sentido” rápidas y ligeras, de incursiones súbitas y efectos acumulativos. Semiótica: ciencia de la producción (distribución y consumo) de “sentido”.
“La batalla por la supervivencia del hombre como ser responsable en la Era de la Comunicación no se gana en el lugar de donde parte la comunicación sino en el lugar a donde llega. Si he hablado de guerrilla es porque nos espera un destino paradójico y difícil… precisamente en el momento en que los sistemas de comunicación prevén una sola fuente industrializada y un solo mensaje, que llegaría a una audiencia dispersa por todo el mundo, nosotros deberemos ser capaces de imaginar unos sistemas de comunicación… para discutir el mensaje en su punto de llegada, a la luz de los códigos de llegada, confrontándolos con los códigos de partida.” (Umberto Eco: Para una guerrilla semiológica. La estrategia de la ilusión, Lumen/de la Flor, 1987)
Hemos aprendido que es insuficiente, y contraproducente, descolonizar la economía y la política sin descolonizar las inteligencias. Si los procesos descolonizadores descuidan los territorios del pensamiento, dejan en riesgo su amplitud y profundidad. Se vuelven reversibles. Es crucial la emancipación de la Cultura y la Comunicación con una visión humanista de nuevo género y con una gran variedad de acciones creativas. Entre ellas, la Guerrilla Semiótica o Semiológica.
Es imperativo ético, ineludible, la contribución de las ciencias, las artes y la filosofía… en la descolonización de las mentalidades. Toda forma de manipulación simbólica exige respuestas educativas al servicio del pensamiento popular decidido a organizar y transformar al mundo. Una guerrilla semiótica requiere de acción emancipadora y multiplicadora en los territorios más invisibles de la conciencia. Emancipación. Cada quien debe asumir su responsabilidad y su trinchera en la guerrilla semiótica. Desmontar el diccionario del engaño con que nos han derrotado más que por la fuerza. Tarea urgente.
“Hay que estudiar cuáles pueden ser las formas de esta guerrilla cultural. Probablemente, en la interrelación de los diversos medios de comunicación, podrá emplearse un medio para comunicar una serie de juicios sobre otro medio. Esto es lo que en cierta medida hace, por ejemplo, un periódico cuando critica una transmisión de televisión.” (Umberto Eco. Op. Cit.)
No se requiere un gran esfuerzo para identificar al colonialismo mental en sus formas más abigarradas y vigentes. Basta y sobra con ingresar a sus contradicciones y aparecerá la manipulación simbólica que exhala sus argumentos clasistas, racistas, xenófobos y autoritarios. Todo ello con tonito didáctico y cierta benevolencia dulzona y cursi, propia de aquellos que se compadecen de los seres inferiores y los conducen con “mano firme”, y generosa, por el sendero de sus “razonamientos” univalentes. Y los propagan por todos sus “medios”. Podríamos desarrollar un inventario de contradicciones, “fisuras” y “grietas” del capitalismo, medidas por antigüedad, espesor, profundidad y vulnerabilidad. Podríamos recorrer las experiencias exitosas y repetirlas, perfeccionándolas. Podríamos, incluso, organizarnos con un solo plan multiplicado por miles de frentes para atenazar a las matrices ideológicas con una pinza de crítica aguda, científica, popular y revolucionaria. Nuestro deber es trabajar en el corazón de las contradicciones.
Porque manipulan todo resquicio simbólico, se lo adueñan, atacan, desnaturalizan y mercantilizan las “pulsiones” humanas más básicas, dispuestos a dar por verdad categórica los eslóganes que fabrican a pedido, según la ubicuidad y la velocidad que requieran contra la voluntad popular. Y a fuerza de repetir las ráfagas de sus máquinas de guerra ideológica, la manipulación simbólica nos queda tatuada, de una generación a otra, mientras secuestran instituciones, academias y organizaciones donde se hacen acompañar por trotamundos demagogos financiados para la enajenación rentable. Algunos ostentan títulos académicos y se premian entre sí y con frecuencia. “El universo de la comunicación tecnológica sería entonces atravesado por grupos de guerrilleros de la comunicación, que reintroducirían una dimensión crítica en la recepción pasiva.” (Umberto Eco. Op. Cit.)
Uno reconoce a la manipulación simbólica porque la mira manotear, desesperadamente, cualquier sofisma útil para sus aberraciones. Uno la ve a sus anchas en el reino de las verdades autoconferidas, uno sabe que no acepta ni un milímetro de autocrítica y menos aún la posibilidad de pensar cómo piensan “los otros”. La manipulación simbólica impone sus consignas más escleróticas y dará la vida por defender sus canalladas y sus torpezas. Se funda en la seguridad de sí misma, en la “superioridad” de sus “certezas”. Como si no conociesen la duda, decía Borges. Derrocha “imperativos categóricos” confiada en vencer al oponente a fuerza de imponerle necedades histriónicas como metralla de indignidades.
Con la manipulación simbólica, la esclavitud de conciencias se infiltra en la cabeza de las víctimas y suele producir engendros ideológicos patéticos. Produce, por ejemplo, conductas reverenciales prefabricadas para anestesiar la realidad propia en contextos y épocas muy diversos. Las víctimas aprenden las reglas del opresor: todo para insertarnos sus preceptos y sus egos infectados de mediocridad leguleya. De eso viven las palestras y las trincheras de la manipulación simbólica y de eso aprenden mucho (a sabiendas o no) sus discípulos. Son ejércitos de la ideología de la clase dominante en acción cotidiana. Metidos aquí y allá, infiltrados en los medios y en los modos. Todos van armados, y armadas, con espadas lenguaraces convencidos de que deben convencernos; imponernos su autoritarismo de egos y vendernos su mediocridad maquillada como si fuese un logro civilizatorio. “Cuando el poder económico pasa de quienes poseen los medios de producción a quienes tienen los medios de información, que pueden determinar el control de los medios de producción, hasta el problema de la alienación cambia de significado”. (Umberto Eco. Op. Cit.)
Nosotros proponemos la “contracultura” propia de una Guerrilla Semiótica de acción directa, por todos los medios y los modos a nuestro alcance, para producir los anticuerpos culturales indispensables que exterminen, en plazos cortos, las influencias tóxicas del colonialismo económico, político y mental perfeccionado para manipular y esclavizar conciencias. Al pie de la letra, palabra por palabra. Una Guerrilla que se produce frente a los noticieros, frente a los vicios y las taras, frente a la vida cotidiana y en los lugares más inesperados. Cada vez que ellos quieren usurpar la palabra “libertad”, “justicia”, “democracia”… para que signifiquen todo lo que nos son, opera la Guerrilla Semiótica que le devuelve al pueblo su propiedad histórica indiscutible sobre esos conceptos basados en sus propias luchas. Y además de las “vacunas culturales emancipadoras”, necesitamos organizar las ideas y los valores producidos en las luchas sociales para liberarnos de la explotación, de todas las pandemias de los anti-valores que nos acomplejan, que nos excluyen, estigmatizan… Guerrilla semiótica contra las humillaciones y contra la estulticia.
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